jueves, 5 de diciembre de 2013

Tchaikovsky, ese bendito sarampión


Decía mi admirado e idolatrado Celibidache que Tchaikovsky era un sarampión que todos debemos pasar.  No seré yo quien a tan ilustre maestro discuta su apreciación, pero me temo que llevo con esa enfermedad muchos años, y a día de hoy, entiendo que no tiene cura, ni falta que hace. Traigo aquí a colación su sexta y última sinfonía, escrita poco antes de morir, estrenada y dirigida por él mismo el 28 de octubre de 1893, tan sólo pocos días antes de su muerte, el 6 de noviembre de 1893. Dicen que fue su hermano la que le puso el sobrenombre de "Patética"
Leonard Bernstein lo expresó sin dudas: «No creo que haya habido un creador de melodías tan inspirado y genial como Tchaikovsky».

Y si acaso añadimos lo que Brahms envidiaba de Strauss y sus melodías "valsísticas", tenemos a dos grandes del género en estas lides.




La sinfonía tiene cuatro movimientos:
1.Adagio - Allegro non troppo - Andante - Moderato mosso - Andante - Moderato assai - Allegro vivo - Andante Come Prima - Andante mosso
2.Allegro Con grazia
3.Allegro molto vivace
4.Finale

Según palabras del compositor, era su "obra más sincera" y no acabaría con el habitual allegro, sino con un lento y triste adagio lamentoso.

Un Adagio que no es sino un llanto, las últimas lágrimas desde el más profundo del abismo del corazón, de un músico que ya se moría por dentro, seguramente por su propia incomprensión, o por sensibilidad extrema.
Un adagio que simboliza además la decadencia de la existencia, silencio y la cercanía de la muerte, ese fin que según nuestro compositor, no lleva esperanza consigo.

La obra no sería bien aceptada y, en una de sus últimas cartas, afirmaba que la música estaba impregnada de un sentimiento de dolor.  El músico murió nueve días después de ser estrenada........
 
De las interpretaciones de referencia, sin duda alguna y por encima de todas -al menos en mi disfrute personal – destaca la de Horenstein con la Sinfónica de Londres. Profunda, lírica, descarnada. Si alguien resiste el último movimiento, y tras su escucha puede respirar tranquilo y de manera sosegada, es que no tiene sentimiento, corazón….o simplemente está sordo. Se trata de uno de los grandes hitos de la discografía. Así sin más.
 
Carlo Maria Giulini con la Philharmonia de Londres (EMI), de todas las versiones que grabó la más lograda -la más mediterránea si se puede decir así -  y Charles Munch con Boston, la más perfecta desde el punto de vista de la partitura, la más ajustada, clara, diáfana, y con una Sinfónica en estado de gracia.

Bernstein, con Nueva York, es la última gran referencia, donde el maravilloso director, siguiendo la estela de Mitropoulos, nos hace llegar una versión tremenda, lentísima, elegíaca, arriesgada en los tempi pero no por ello menos lograda, de una intensidad casi insoportable.

Evidentemente no es posible olvidar toda la discografía, las grabaciones de Karajan, Kemplerer, Janssons, Mravinsky, Temirkanov, Fricsay…. que mejor que yo referencia Ángel Carrascosa - , pero a mi modo de ver las cuatro mencionadas sirven de sobra para ilustrar el mundo profundo de Tchaikovski.

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